Las ostras son muy delicadas y su conservación está directamente relacionada con su calidad. Una incorrecta manipulación, transporte o almacenamiento puede generar la proliferación de microorganismos que aceleren su deterioro, poniendo en riesgo su seguridad y sabor.
La forma más recomendada de conservar ostras es mediante refrigeración. Se deben guardar frescas en la zona más fría de la nevera, a una temperatura entre 0°C y 4°C. Es fundamental protegerlas de la humedad y mantenerlas en el recipiente original o cubrirlas con una toalla húmeda.
Si se van a transportar ostras, es recomendable hacerlo en un termo con hielo seco o hielo normal en bolsas con cierre hermético. Es fundamental que se guarden en posición horizontal y no vertical, para que no se rompan las conchas y evitar que se deshidraten.
Si se van a consumir, es necesario que se mantengan en un recipiente con hielo, a fin de que se conserven frescas. Inmediatamente antes de consumirlas, se deben limpiar bien y abrir en ese momento. Es fundamental desechar aquellas que presenten mal olor, textura viscosa o que tengan las conchas abiertas.
Lo primero es comprobar su frescura mediante el olor y la textura. Si presentan un olor fuerte y desagradable, es mejor desecharlas. Si por lo contrario, no huelen mal, se pueden utilizar para hacer platos cocinados.
Si han pasado varios días desde su compra, se pueden cocinar al vapor o a la parrilla. Es importante limpiarlas muy bien antes de cocinarlas y desechar aquellas que no presenten frescura. Al cocinarlas, es posible que algunas se abran y otras no. Las cerradas se deben desechar.
Otra opción es conservarlas en aceite. Se deben lavar bien las ostras y se cuecen en agua con sal durante 5 minutos. Una vez enfriadas, se extraen de la concha y se cortan en trozos pequeños. Se colocan en un bote de cristal y se cubren de aceite de oliva. Al estar cubiertas de aceite, aguantarán más tiempo.